AMEYALIS. Lo recorrido.

27.05.2021

I. El Arribo.

La ansiedad de ochocientos años de tiempo terrestre en viaje, no se pueden destraumatizar en una noche, pero ayuda la circunstancia de un destinatario dormido. Sobreponerse a la felicidad del impacto, a la constatación de los cálculos y los contenidos, a la verificación en el campo, son los primeros pasos nubarrosos.

Después pesa el tiempo del entrenamiento teórico responsable. La seriedad y pasión puestas en la aventura. El repaso de los manuales de instrucciones concebidos en la especulación científica y huérfanos de experimentación posible. La fe en la trascendencia civilizatoria del proyecto. El recuerdo de afectos y mentores. También la melancolía por la imposible devolución inmediata y el temor por lo azaroso de su resultado.

Agazaparse en un rincón imperceptible de la conciencia extraña, a fin de no alterar irremediablemente el curso natural de su existencia. En el caso, agradecer la suerte de un destinatario primitivo en cuestiones de introspección. Más atento a los accidentes exteriores, inherentes a la supervivencia, que a la reflexión interior sobre la propia naturaleza. Ahí se puede estar sin descarajinar fatalmente conductas y mentalidades.

Ir visitando constitución y sus posibilidades. Miembros, atributos, receptores de sentidos, morfología y organización general del receptor. Del primer repaso surgió que la vista era un recurso fundamental en esa especie. Desplegó suavemente sus persianas y miró. El tembladeral no es ajeno a las esencias por evolucionadas que fueran, el shock de la realidad siempre conmueve cuando se puede estar presente a ella. Al fin y al cabo, la emocionalidad, era la fuente más importante y el sentido más valorado de su propia especie.

Vio pieles y herrajes en su vestimenta, rústicos, pero bellamente trabajados. Un frío amanecer que apenas incomodaba al portador. Se vio entre pares sentados en travesaños de origen vegetal, sobre una cáscara bamboleante del mismo material. Vio sus miembros superiores aferrados a una barra que salía de los límites compartidos, para hundirse en una masa intimidante de líquido, sin definiciones a la vista.

Entonces se pudo vislumbrar un contorno y desde él, una gritería espantada, trompetas y tambores de urgencia y alarma. No era una bienvenida a sus llegadas, era una alerta de terror. Díficil acomodarse a especular sobre lo que vendría, apenas confiar en que su cuerpo haría lo que había venido a hacer, sin prejuicios sobre ello.

El golpazo fraterno y brutal de su compañero de barra, que resultó un remo, y banco, lo trajo a lo que es y le suspendió el examen.

- Vamos Einar, despierta, a lo nuestro. Por Odin, que hoy vamos a matar, violar y rapiñar, como para llenar miles de canciones...

II. Leyenda.

Mi anfitrión despertó a una noche estrellada, como suele suceder. Panza arriba, en una equis corporal, sobre el pasto. Embarrado en heces, semen y orines. Puras confusiones como recuerdos. Olores, gritos, colores, sin el más mínimo hilo de relato. Sí se le ocurrían reflexiones impropias. Su naturaleza original era la adaptación, no la creación. Había transcurrido haciendo lo que se suponía que había que hacer, lo que le decían que había que hacer.

Uno más en el orden de la comunidad que le había tocado. Sus creencias, sus costumbres, su lenguaje y su trato, todo venía de afuera. Nada que lo tuviera en los decisorios. Por eso, también la confusión le era ajena. Pensarse a sí mismo, a lo que vendría...La novedad del descubrimiento de sí mismo, independiente de los clásicos acción, reacción, deseo, satisfacción, placer, frustración, que siempre le había proveído su instintivo. Todo lucía abrumador, pero por alguna razón, una más entre las perpejlidades, no era insoportrable.

Así pudo sobrellevar las miradas asombradas de jefes y tropa que lo escudriñaban en círculo. A qué tanta atención? Y por qué solemne y silenciosa. Nada que se asemejara a la noche de un pillaje. Ruidos de campamento sin risas de grotesca borrachera? Sin gritos de dolor sacrificiales, ni gemidos de mujeres vulneradas?...O es que la confusión del alumbramiento les había llegado todos.

Se fue enterando por el relato de los narradores oficiales junto al fuego. Que su barco había sido el último en atracar y la última vez que lo vieron. Que los cuarenta y tantos desembarcados, corrieron babeantes y enceguecidos hacia el torreón feudal objetivo, conforme repetida coreografía. Que a metros del asalto, desplegadas las escaleras, vieron abrirse el portón desde adentro y salirse un guerrero poseído. Un ser confirmatorio de todas sus imaginaciones y más allá. Con su hacha de doble filo empapada en la sangre de los quince defensores hostiles que había tenido aquella población.

Nada sería igual para los testigos de ese día. Traspasaron las puertas removiendo algunos cadáveres por ver si acaso les correspondía el consuelo de un tajo final. Pero no había gritos ni sollozos sobre los cuales excitarse. Con disposición pacífica de todo lo que quisiera robarse. Y en un granero interior algo retirado, hombres, mujeres y niños resignados, pero vivos y sin signos de haber sido violentados.

La oportunidad de la orgía se disipó. Fueron cargando sin exaltación las nuevas propiedades. La selección de esclavos y esclavas se hizo con sentido común, sin la fiesta del capricho y la humillación. Con desconcierto por lo aceitado y funcional del mismo, pero sin tristeza, como probando un sabor nuevo. Así habían sido las cosas, había embarcado un guerrero mediocre y volvía una leyenda...

III. Ameyalis.

Se hace difícil describir las vivencias y recorrido de una especie que tiene millones de años de evolución, a otra que recién se asoma. Les serán familiares apenas los primeros pasos, los del desencuentro, en la ribera del precipicio, con la omipotencia propia de las infancias. Pero los dolorosos cursos de superación, donde se doblegan narcicismos e incompetencias, les resultaran claramente incomprensibles.

Llevo mil años transmigrando entre ustedes, en seis vidas. Acumulé suficiente conocimiento y paciencia como para animarme a explicarlo y desentenderme despasionadamente de lo que pudieran comprender y menos aprovechar. Pero se acerca el final, con tantos años de vuelo mi esencia también se fue degradando en proceso natural de desgaste, sólo me queda animarme a estas líneas, con felicidad por lo transitado y nostalgia productiva.

Pertenezco a una especie que hace rato carece de planeta de origen. Hoy es fragmentos muertos dispersos por el espacio, Supo ser exuberante y rico en diversidad, lo suficiente como para parirnos. Porque la posibilidad de la evolución está en la voluntad de la materia, en su deseo primordial, en su razón existencial. Lo que llamamos pomposamente "espiritualidad" es su consecuencia, el resultado y no el origen de la fiesta en el viaje.

Es un clásico, en el curso de los aprendizajes, que las comprensiones más sesudas y argumentadas, transiten engoladas en sí mismas, el camino inverso de la verdad. Nada para frustarse anticipadamente, es normal, esperable, se llama búsqueda de sentido. Y para saber hay que afirmar, la ciencia humana, uno de sus primeros logros, lo tiene por adquirido. Primero se afirma y después se trata de probar lo afirmado, sin prejucios en el recorrido, para terminar corroborando o descartando. Y claro que en ese camino, quedan miles y miles de pavadas a los costados.

Soy parte de la última de las generaciones de Ameyalis. Con una materialidad exigua y asexuada. Algo así como las medusas traslúcidas que habitan las profundidades oscuras de sus océanos. Todo el registro de nuestros primeros pasos de naturaleza animal, su morfología, sus atributos y funcionalidades, con las sucesivas transformaciones, es material de archivo. No tenemos vivencias directas de aquella materialidad, no hasta que descubrimos la posibilidad del viaje astral y el refugio en otras existencias en tránsito a la inteligencia.

Cabe entonces aquí el agradecimiento. No sólo nos motiva el ánimo altruista de empujar y completar a otras especies. Nos mueve también el deseo de recordarnos a nosotros mismos, como supimos ser, con límites específicos, cautivos de nuestras aleatorias naturalezas. No es el nuestro un viaje auspicioso de ida, también lo es de vuelta y nuestros anfitriones lo hacen posible...hay una trascendental relación amorosa en ello.

IV. Extranjero.

Esta vez sí, los gritos en la orilla eran alegría y bienvenida. Los barcos cargados, la mercadería sin lastimar, intacta, y la tripulación completa, una rareza. El desembarco trajo más extrañeza. No existió la grosera algarabía que solía acompañar los rituales de recibimiento. Los llegados lucían taciturnos, ajenos a cantos y abrazos. Tampoco con signos de una derrota que los hubiera explicado, era obvio en el cargamento que la victoria había sido aplastante.

La völva en el muelle, dispuesta en pinturas y ademanes para la rutina del auspicio, fue la primera y quizás la única en percatar la trascendencia fundacional del arribo. No eran los mismos que se habían ido, algo los había transformado en complejidad. Sus miradas y actitudes, aunque concentradas en el alije, parecían no pertenecer ni dedicarse a la escena. Y entre ellos la fuerte presencia de un desubicado libre y poderoso, que no estaba por condición entre la mercancía y tampoco en la tripulación, aunque parecía habitarlos.

Los demás contaban con desentrañar el desconcierto por el relato de los narradores oficiales junto al fuego. No iba a ser así, pero bastaba el consuelo. La carcasa familiar y desconocida, febril y apichonada, de quien conocían como Einar, fue la última en desembarcar. Diligentemente acompañado por los jefes de la expedición, en un gesto inexplicable, fue guiado en un corrillo de guerreros hasta el propio umbral de su vivienda y más allá, hasta recostarlo en su lecho.

Engla, su mujer, supo entonces con más precisión que la völva, de la naturaleza extraña de la transformación. La aventura le había llevado un marido y devuelto un semidios extranjero. Con los días tuvo que aprender a abrevar en un vocabulario nuevo, en habilidades artesanales extraordinarias, en saberes impensados de forja, agricultura, medicina y poesía. En habituarse con su prole a que la choza familiar fuera visitada como un templo. El desfile incesante por consulta, ayuda o simplemente reverencia y afecto.

La asaltaron todas las inseguridades posibles. La cháchara común de banalidades repetidas, que los había hecho compañeros, se fue para siempre. Tuvo que crecer en profundidades que nunca se le habían ocurrido. Aparentar ante los demás una tranquilidad inexistente. Pero no estuvo sola en eso, Einar estaba bien presente. Y el regalo de una nueva alianza nació entre ellos, lo trajo el sexo. Disparatado e incomprensible en tiempos y movimientos, pleno en palabras y gestos. Así recuperó su confianza y en un entretiempo se animó al sabio ...

- Qué pasó, quién sos?

- Un viajero. Que no te ocupe, también soy el Einar que te enamoró.

- Y qué vas a hacer?

- Ayudar a completarlos, voy a ser explorador, embajador y negociante. Voy a tratar de sembrar un hábito de relación que evite la depredación innecesaria, al cabo la fama de la amenaza seguirá estando. En el futuro nuestra descendencia será ejemplo en administración responsable de la comunidad...de eso seremos semilla, vos y yo...

V. Primera Muerte.

La muerte de Einar fue contranatura de los usos y los imaginarios que le habían sido propios por nacimiento. Nada de bañado en sangre con una espada en la mano. Anciano, adulto que no viejo, con más de cien años. Lleno de vida, completo. Habiendo valido la pena para sí y para los otros. Aprendiendo y enseñando sin reservas. Ahíto en pasiones y experimento. Entrenado en visitar los recovecos y salirse mejor. Respetado, querido, acompañado y en su lecho.

Llegaba pleno de aceptación y templanza. Ningún reclamo, sólo agradecimiento por la oportunidad de la vida. Con la cara ya imposibilitada de los gestos, tuvo para sí la franca sonrisa interior que lo encendía. Recorrió las almas de todos y todas con los que había caminado. Y en cada uno evocó el recuerdo común. Aquella frase, la carcajada, el abrazo, la pelea...Semejante paseo por la audiencia, la aldea y otros pueblos, desató lágrimas y sonrisas. Una multitud que se acariciaba, personal y mutuamente, con su mito. Nada más esperanzador y humano...

El que no la pasaba tan bien era el ameyalis. Hasta ahora el miedo había sido de Einar, como todas las otras emociones, irremediablemente asociadas a sus procesos instintivos. No era así para Yoltic. La muerte de lo que había sido también su pertenencia, era nuevo y aterrador. Despegar de la fiesta de lo concreto, la que se huele, se palpa, se come y se caga. La experiencia misma de la experiencia, en el único territorio posible, lo que se ve, se escucha, en lo que es...

Volver a la exigua materialidad del puro conocimiento. Esa oscuridad llena de libros luminosos escritos por otros. Sin la carnadura de los sentidos animales, sin la travesía excitante de las elecciones y los riesgos. Sin el dolor y sin el placer de las hormonas liberadas. Con un destino incierto en lo que sería su primera transmigración en el mismo plano, en otro tiempo, o vaya a saber qué condiciones. Un aluvión de interrogantes existenciales en el preciso momento de dejar de necesitarlos.

Y estaba el desgarro de los amores trabajados y ganados. Engla, su compañera de vida y los cinco hijos, dos de las cuales llevaban su parte. Estaban los pendientes, las tareas inconclusas. Otra vez el vacío por delante, ese sí lo conocía y venía a descubrir ahora, cuánto lo temía. Vio irse a Einar, con toda la paz y el crédito a cuestas. Y se quedó sin ojos, sin manos, sin corazón...y no pudo evitar dispararse al espacio próximo, en el límite de la atmósfera de ese nuevo amor...La Tierra.

VI. Himiko.

Nací sabiendo de las cosas, en realidad aprehendiendo las ya sabidas. Reconociéndolas, relacionándolas. Con naturalidad, despasionadamente. Una sola limitación me acompañó esos primeros años, mezcla de extrañeza y frustración hasta que supe más: los condicionantes de mi desarrollo biológico. La dependencia absoluta de mi amoroso entorno familiar. La alimentación, el vestido, las palabras, hasta los primeros pasos y más allá.

En ese tránsito el impacto más doloroso fue la comprensión de lo excepcional de mi naturaleza. Que mis reclamos y pataleos estaban fuera de cualquier posibilidad de entendimiento de mis interlocutores. Nadie era como yo, nadie podía siquiera imaginar mis procesos mentales. No era una expresión razonable de diversidad y talentos, era un fenómeno fuera de la escala humana.

La exasperación me ganó en el tiempo del despertar mensual. La claridad en el discernimiento de escenarios, personajes, libretos varios, me oscureció en ira y resentimiento. No existía quién pudiera atender a mis argumentaciones sin menoscabarse en la propia limitada condición. Mi resistencia a los modos y los usos que me habian tocado, los que me correspondían por pertenencia a un tiempo, a una comunidad, se exorcizaban con el estigma de la locura...

En ese punto, a mis quince años, se manifestó Yoltic. Lo que para cualquiera, en ejercicio de su normalidad, hubiera sido la certificación de la tal locura, fue para mí el bálsamo de certeza que necesitaba para florecer sin pudores. Compartían mi territorio dos conciencias, una de naturaleza fresca, extasiada en asombro y avidez por el viaje y las oportunidades. Otra, plena en saberes y transcurso, pero no menos extasiada en asombro y avidez. De las dos dependería que en simbiótica armonía, lleváramos adelante la aventura de la vida que se recuerda a sí misma.

En el mil doscientos de una isla, exiliada por convicción de sus moradores de cualquier contacto promiscuo con otras vertientes de humanidad. Cuando se inauguraba un período de furibundo patriarcado, estructurado hasta en los detalles más ridículos, orgulloso de su inmovilidad y sostenido con sangre, nací yo. Hube de usar mis fabulosos recursos para recorrer los intersticios, evitando los estereotipos y no escandalizar con ello. Salir de mi lugar familiar de artesanos comerciantes exitosos y experimentar en otras capas de vivencias, desde guerreros a campesinos, aristócratas y plebeyos, hasta ganarme el derecho y el respeto de ser por mí misma la Dama Himiko. Porque nací mujer.

VII. Primer Nacimiento.

Inmóvil en la frontera de la materialidad. Repasando la experiencia de la piel vivida, añorando sus estremecimientos, Yoltic esperó la ventana a una nueva vida trescientos años terrestres. En su condición natural de tiempo ameyalis, era poco para procesar tanta información, acaso algunas horas. Debió concentrarse en su entrenamiento para no ensimismarse en los detalles. Evitar conclusiones y derivadas o empantanarse en errores y aciertos.

Su viaje de aprendizaje y enseñanza apenas se había iniciado, en ese orden. Las variables de geografías y tiempos entrecruzables por venir y pasados. Las contingencias de distinto impacto. Un apabullante número de combinaciones posibles hacían que cualquier pretensión analítica fuera temeraria. Ajena a su formación y a la tarea. Sólo había cumplido con el desembarco de conocer lo humano.

Sobrevino el vértigo de la oportunidad, que es festiva pero no un paseo. Se vuelve a comprometer esencia, la propia y la del anfitrión. Una responsabilidad interior infinitamente mayor de cualquiera que se pueda defender ante un tribunal. Desafío de libertad y entrega a otra especie en condiciones de evolución. Una tentación de omnipotencia y manipulación. El riesgo de sembrar correctamente o no. Sin violentar las características por las cuales esa expresión de vida es lo que es y de esa forma. Permitiéndose solamente dejar chispazos de orden en el conocimiento y su uso.

Su arribo habia sido a una conciencia rústica pero vivida y formada. La aceptación de su existencia fue inmediata y sin reservas en la vida de Einar, quien se recluyó en confusión, sorpresa y admiración, a lo que le tocaba, hospedar a un dios. Dejó confiado en las manos de Yoltic el ejercicio de su vida y salió bien.

Está vez sería distinto. Llegaría en el parto al inicio de una conciencia nueva. No tendría que trabajar con condiciones preexistentes sino ser partícipe en su creación y desarrollo. Es probable que para evitar vulnerar los cursos propios de esa vida, tuviera que mantenerse en un plano accesorio de intervención, hasta invisible a la conciencia compartida. Y despertó a la materialidad de un grito...el llanto.

VIII. Entusiasmo y error.

Al principio pudo controlar la ansiedad por intervenir. Le alcanzaron el optimismo en la oportunidad y su riqueza en posibilidades. Su primera transmigración acompañaría una vida humana completa. Los primeros pasos fueron conforme arte, apenas estimuló motricidades tempranas, visión dividida y uso de sentidos usualmente postergados. Nada que pudiera alarmar al entorno con el mote de prodigio.

Pero pronto sobrevino la fascinación distraída en el observador y la multiplicación de talentos en la anfitriona. A los diez años ya ejercía un imparable pensamiento crítico y una arrolladora voluntad de acciones propias. Alarma e impotencia entre familiares y maestras. Nada más inoportuno en el periodo Kamakura que inauguraba el Japón brutalmente patriarcal. Había que esconder a esa niña brillante y decidida, ante todo de sí misma, si habría de vivir.

Una familia acomodada producto de la movilidad social, artesanos devenidos comerciantes, facilitó la supervivencia. También su adscripción a tradiciones, en curso de descarte, donde la mujer gozaba de derechos queridos y reconocidos. Había en esa casa una estatua de culto a la mítica reina Himiko, cuyo nombre la niña adoptaría como "nome de guerre" en su vida adulta. Protegida amorosamente creció rodeada de maestras en varios saberes, los de la ciencia, el placer y la guerra.

El entusiasmo por la circunstancia también se apoderó de Yoltic que creyó, contaminado en humanidad, en lo acertado del desbocado desarrollo. Estuvo conforme con el brillo y la enjundia de su anfitriona, una onna-bugeisha de excelencia que habría de morigerar los quinientos años de tiniebla discriminadora que estaban por delante. Así se lo hizo saber en los diálogos que sobrevinieron a su manifestación. Y juntos se potenciaron en una carrera de iluminación.

Llegaron a tejer escuela de contra corriente en todas las esferas sociales. Enredaron afinidades varias y contradictorias en intereses, con la seducción sexual, la diplomática y la del conocimiento. Degradaron satisfactoriamente el discurso que bajaba impiadoso a organizar la humillación. Supieron ridiculizar hasta la exasperación a los señores de la oscuridad dominante. Un Yoltic sorprendido apenas pudo levantar el brazo de Himiko cuando la katana viajó hacia ellos para hacer volar la mano...y la cabeza después...

IX. Descubrimientos.

Ochenta años humanos en dos vidas y ya había matado y muerto violentamente. Poco tránsito para formular reglas y tendencias y mucha conmoción para tranquilizarse en la excusa de la contingencia. La brutalidad, lo primitivo de cada uno, es relativamente fácil de llevar en la especulación teórica pero abrumadora en la experiencia. Su propia especie, la de la trascendencia evolutiva, después de miles de años ni siquiera podía evocar la conmoción de esas pulsiones, menos manejarlas.

Los ameyalis habían resignado materialidad, sexo y violencia, y se habían quedado con una mística contemplación de lo que es como única calidad de sus naturalezas. Atravesaron con humildad un responsable ejercicio de observación hacia afuera y adentro antes de arrogarse la posibilidad de la injerencia. Un debate profundo de generaciones antes de la aventura espacial de la colonización sobre otras especies. Desechando con reglas severas y estrictas, la eventualidad de la omnipotencia en cualquiera de sus miembros a la hora de interceder sobre la rica y aleatoria variedad de la vida ajena.

Un Yoltic nuevamente suspendido en los alrededores esenciales de la Tierra, esperando la próxima oportunidad de transmigración, se permitía desasogiego e interrogantes impensados en la academia. Toda la biblioteca del conocimiento acumulado tambaleaba. De entrada quedaba brutalmente expuesta la soberbia de la pretensión original, embellecida en los razonamientos con los atributos de un amor solidario y desinteresado al enriqueciemiento del ser del universo. Enfrentada a la experiencia, la idea de la siembra en otras conciencias conforme las propias conclusiones, se manifestaba visceralmente violenta.

El saldo era de más humanidad en su propia existencia que las pobres ideas improbablemente instaladas en sus anfitriones. Los recuerdos de la sexualidad vivida, por ejemplo, enturbiaban, novedosos e imperativos, sus procesos mentales de presumida asepsia. Volvía a sentir, como seguramente los primeros ameyalis, el deseo, la voluntad, la urgencia del ser animal. Rico, poderoso. La tarea asignada de impulsar la evolución, lucía desabrida, pobre, contra natura, mientras que el viaje propio de los errores y los aciertos, la angustia de las oscuridades y la fiesta de los descubrimientos, expresaba con fuerza la verdadera naturaleza del viaje de la vida...cualquiera.

Había llegado con la idea y el mandato de enseñar y el aprendizaje sólo como pasaje metodológico necesario. No iba a funcionar así, lo humano se imponía por derecho en su conciencia. Debía respetar ese orden, regresar a la naturaleza olvidada, ejercerla sin reservas y descubrir desde allí lo que valiera la pena potenciar. Pensó en sus pares buscando comunicarse. No era fácil, hacia tiempo que los ameyalis habían decidido no reproducirse más, quedaban pocos y dispersos realizando su utopía...