Habrá Patria para Todos o...

15.02.2021

En producción desde 1997. Lo que la explica....

Capítulo I. Habrá Patria para a todos o...


Lo que iba a hacer era una locura. Pero locura también lo que estaba hecho y a nadie parecía importarle. En poco tiempo aparecería la víctima eligiéndose ante su victimario. Aunque los diarios de mañana lo dijeran distinto. Mirando sin mirar. Intentando calmar ese temblor físico que no podía controlar, ajeno a lo templado del día. Y la gritería interior de las viejas hordas de valientes y cobardes que conspiraban contra el éxito. Éxito. Un éxito por fin, que cicatrizara dolores y frustraciones.

Un éxito que resignificara su vida. Si los preparativos le habían traido cierta paz, no menos debería esperarse del resultado. No era eso lo que vociferaban los sacerdotes del orden establecido: "resultados son amores...", Sazonado con arrojo, audacia, iniciativa privada y la caterva de incitaciones al "éxito" consumidas en tantos años de vigilante fracaso. Su "resultado" tendría categoría de paradigma. Abriría corazones de víctimas y victimarios, ofensores y ofendidos.

Martilló el treinta y ocho, disimulado en el viejo piloto "González", que le había comprado la mamá para aplacar rebeldías juveniles, allá por los setenta. Con la izquierda confusa, aseguró los anteojos, y miró...

Ubicado en tiempo y espacio, pisando firme en los plazos fijos heredados y propios. A los sesenta, pleno en salud y convicciones confirmadas por el entorno que importa. No abandonaba la calidez de su casa para enfrentar la vida, sino para dejarse acariciar por ella. Profesional, altivo, director de tantas financieras como recordaba una visita a sus tarjetas personales. El Licenciado José Francisco Blanco, podía definirse a sí mismo, sin rubor, como un compendio de seguridades.

Con la derecha elegante, apretó el Newsweek de sus sabidas reflexiones, y miró...

Las miradas se reconocieron inteligentes la una en la otra. No hubo tiempo para que los juicios, mecánicos, inevitables, interrumpieran la sincera conexión de simpatía que pareció correr entre los dos designios. El estampido eternizó el momento, y sacudió el Buenos Aires pulcro del Barrio de Belgrano.

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Capítulo II. Comunicado nº 1.


Cualquiera podía darse cuenta que el escritorio de Susana Vicenti era el basurero de la redacción. Lo inclasificable tenía esa suerte. Una pasante sobre calificada para ese lugar en el tarro. Pero así decían que era el "cursus honorem" de cualquier carrera honorable. Por lo menos hasta que se descubrió el arte de entrar por la ventana. No estaba entre sus códigos internos, aunque podría haberse valido de ello. Quería llegar, pero con las banderas desplegadas, sin atajos. Por eso se ocupaba en la tarea con responsabilidad y dedicación, así funcionaba.

De todos modos existe una paradoja inexorable en cualquier burocracia que se precie. Los pinches ocupan el vértice de una pirámide invertida y no percibida, en toda organización. Son los que definen qué cosas habrán de ocupar a los cráneos de los escalones superiores. Sus estómagos, corazones o esfínteres, deciden lo que se tomará en cuenta. Qué papeles, formularios y notificaciones suben y hasta donde. Pueden ir a tal departamento, extraviarse en tal otro, transitoria o definitivamente. Y siempre habrá una excusa ajena y exculpadora, de improbable prueba.

No era un poder que ejerciera Susana. Hacía lo que tenía que hacer. En su caso era remitir a policiales, política, deportes, misceláneas, lo que llegara por fuera de canales directos. Cuando leyó el papel, intuyó humor y desencanto, sin más precisiones. Carecía de las líneas suficientes para el correo de lectores y nada de sentido reconocible. Para esos casos tenía una carpeta personal de "rarezas", que imaginaba poder utilizar en algún otro momento de su carrera. Allí estaría bien, hasta mejor destino.

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Capítulo III. Primera Clase.


Era una responsabilidad gratuita. Tener que atender las cuestiones de los ciudadanos de primera, suponía consideraciones, explicaciones, meditaciones y ningún beneficio contable. Para Funes, comisario de la 31a., fue un alivio la llegada de los trajeados del Ministerio del Interior. Además era divertido. El trabajo en el campo les era totalmente ajeno. Acaso algún fin de semana, haciéndose los gauchos en la estancia de algún tío. Pero tratar con el cadáver de un patricio...nada.

Aparatosos e indisimulados, producían el efecto contrario al declamado. Nada de prensa. Pero en sus intimidades anhelaban la filtración que trajera los reflectores. Era un estilo acuñado en décadas de intimidación, donde no se trataba de esclarecer algo, sólo tener presencia en el oscurecimiento general. Con todo, entre los abrojos, pudo distinguir algunos profesionales haciendo su trabajo. Era serio.

Para los vecinos y la prensa: un robo. Clásico pasivamente aceptado por la paranoia ambiente. Igual no era fácil de digerir, no había sucedido extramuros, sino en el vientre ahíto del privilegio. Allí no hay piedad con los sucesos "fuera de lugar". Ese muerto envuelto en paño fino de traje azul, ese manchón vino y espeso en la vereda. El rictus de pánico e impotencia entre los circunstanciales testigos...nada de eso estaba en el lugar indicado.

Para los entendidos, una factura cobrada. Las cuentas posibles estaban ahí, en el curriculum del occiso. Sólo habría que hilar fino para saber cuál se había hecho efectiva. Los nombres relacionados se entrecruzaban y repetían. Aparecían y desaparecían por épocas. Las camisetas se intercambiaban, todas con todos, pero siempre entre equipos de primera. En la agenda del hombre pululaban galones enfrentados a muerte. Señores privados propietarios de lo público. Amigos entrañables en lo estratégico y enemigos viscerales en lo cotidiano.

Investigar el desprópósito excedía la posibilidad de apretar al portero, al diariero o la florista. La intimidad de los vecinos, tan intocable como la del muerto. Sólo cabía confiar que la familia y los amigos sinceros, enterraran el caso, con miras al alto interés de "las cosas en su lugar".

Así se hizo.

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Capítulo IV. González 1.


Para sobrevivir en el Ministerio no había que superar la categoría de "funcionario de cuarta". Algunos advenedizos, olvidaban este código fundamental de superviviencia cuando les daban despacho. González no era "un gonzález cualquiera", era "el", "gonzález cualquiera". Treinta años de oficio. Si algo había defendido en su carrera, era el nicho oscuro y escondido de su columna, el archivero y el escritorio. Aceptó los ascensos inevitables, por tiempo y buena conducta, pero de moverse nada. Caminaría presto por pasillos y escaleras. Atendería teléfonos a varios escritorios de distancia. Todo con la garantía del regreso a la madriguera, un lugar que nadie ambicionaría.

De confianza en la imaginación de jefes y subordinados. Servicial, amable, casi invisible. En la cúspide de sus cualidades de trabajada docilidad, poseía una condición que lo suponía apretable por el que fuera, González era puto.

En principio fue rutina. Sus alarmas interiores no funcionaron. En incidente no esclarecido, habían matado a uno de los técnicos financieros de la nación. Así, solicitó las carpetas correspondientes al occiso. La primera señal, no reconocida de conflicto, es que todos tenían una. Hasta Prefectura, porque el hombre tenía un velero. El dossier de la Marina un lamento, integraba su staff de consultores. Conociéndolos como los conocía, no tendría que mirar el del Ejército, para saber que el tipo no era confiable. A los aviadores se les había atragantado en el medio de una concesiòn, ni hablar. La carpeta de la casa tenía poco y nada, pero como siempre los mejores datos: viajes, relaciones, propiedades y la nota tierna en la huella de sus piecitos recién nacidos. Sólo faltaba que su amigo y ocasional romance de juventud, Naldo Carmiña, le alcanzara los inventos y la chatarra que solían albergar los expedientes de la secretaría de desinteligencia del estado.

Entonces sucedió la primer alarma de superficie. En el interno, la Hiena mayor en persona. Juntar todos los datos disponibles en resúmenes, las observaciones que se le ocurrieran y pedir audiencia en la privada para llevárselos. La Hiena lo quería ver? Y escuchar sus ocurrencias? Cerró los esfínteres y eso en él, era el espanto.

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Capítulo V. En Primera Persona 1.


Lo hice. Ya está, lo hice. La remil puta que los parió, no lo puedo creer. Tanto cajetear con este momento. Ya está...blam!...y al corazón. Soy un capo, soy Gardel, Maradona y Perón. No me puedo de felicidad...tranqui campeón. Disfrutá la mirada de los giles. Mirá como esperan el colectivo esos mierdas de lacayos. Ese boludo del BM que habla por el movicom y pone cara de malo...

Ahora soy inmortal. Estoy acabando, no...me estoy meando...pleno y feliz.

Me cago en mi paso tembloroso al confesionario, en el discurso ético de la izquierda pajera, en los negros lambeculos de los poderosos, en los milicos entregadores forros de los liberales, en los que piden justicia por no tener cojones para organizar la venganza, en los guapos de chapa y aparato que por la propia no apretarían ni los timbres, en los sobrevivientes de los despachos oficiales, o escondidos en la marginalia de la falopa, en la clase media pacata y apolítica que entrega a sus hijos a la medida de sus patrones, en los pendejos fashion y desentendidos, en los estudiantes obedientes y cumplidores por un futuro inexistente, en los grandotes al pedo y los enanos gritones, en los protectores de la riqueza y el privilegio, en los fariseos promiscuos de los templos, en los profesionales de la mente y sus parámetros de normalidad, en los ladrones de bicicletas en los barrios pobres, en los que prohiben la droga para traficar con ella, en el periodismo denunciador que termina esterilizando la bronca...

...Pero sobre todo me cago en los ricos, sin pudor, ostentosos, sinverguenzas, mezquinos, apropiadores del destino, la fuerza y la dignidad de los hombres. Me cago en su irresponsabilidad, sus justificaciones, su desidia. Me cago en sus miedos, dolores y familias...

...Me cago, pero sobre todo, los voy a seguir cagando a tiros donde los encuentre...

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Capítulo VI. Susana Vincenti 1.


La felicidad para un periodista suele tener los tipos catástrofe. Es un oficio morboso que exige en el límite a los sensibles y nada a los morbosos del oficio. Susana estaba dispuesta a pagar todos los precios que su honestidad obsesiva le permitiera. Creía poder llegar a la cima del reconocimiento profesional como los próceres en Billiken. En consecuencia, vivía con vanidoso estoicismo su lugar de pinche en la redacción. Mientras tanto acumulaba cursos, talleres y lectura enfermiza.

Marcada ideológicamente por el exilio mejicano de sus padres, parte del trabajo personal, era disimular su despampanante belleza en el look de las faldas amplias, blusas de artesanía latinoamericana, pilotos de hombre, sandalias de factura grosera y trenzas o rodete. Y ya cuatro años en el puesto, esperando el favor de los dioses. El hilo de una noticia que le concediera permiso en el periodismo aventura.

Sobre la amplia mesa de los deshechos cotidianos, entre faxes, fotocopias, fotos y originales varios, el escueto mensaje destellaba adrenalina. Persistente si era por humor, inquietante si era tragedia. Se dijo que esto era una caso, y de los grandes. Con torpeza manoteó la clásica carpeta de tapas negras corrugadas, la de las rarezas de lo inclasificable. Paladeó el sabor periodístico del hallazgo, comparó los papeles. Se dio la intuición primera, tenían que ver entre sí, aunque no supiera en qué. Veinte de abril el primero, veintiocho de abril el segundo.

Tenía que buscar las noticias de esos días. Encontrar dos hechos que escondidos como triviales, no lo eran. O lo que es lo mismo, dos hechos que expuestos brutalmente, nadie hubiera conectado. Allí la asaltó una segunda intuición...estos hechos eran de sangre...

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Capítulo VII. González 2.


El oscuro mecanismo humano combina la envidia y el desprecio. Contrasentido en despreciar el objeto o el sujeto de la envidia. Así la lluvia de miradas en su paso hacia el despacho de la Hiena. Disfrutó la novedad de sentirse envidiado y obvió el desprecio por cotidiano.

La Hiena no sonreía. Ese acto contra natura desbordó el pánico en el ánimo pequeño de González. Rogó porque no le preguntara nada, para no tener que decir las pavadas que se le habían ocurrido. Un incendio intencional en los archivos de Aguas Servidas cuatro días después de la boleta. En el contrato de adjudicación pululaba la firma de Blanco. Tenía que ver? Era posible, habría que investigar esa línea. Pero no hubiera podido decirlo sin ruborizarse. Claro que tenía que ver, pero como un clásico de las medidas preventivas de encubrimiento, por si las moscas, nada más.

- Usted es un funcionario de carrera y lo voy a tratar como tal. Se va a ocupar de este asunto y olvídese de lo que haya pensado. Con la muerte de Blanco apareció un comunicado loco, que no explica ni significa nada...acá está.

-............... - González ahora pensaba en su versión como tranquilizadora.

- Ayer mataron a la Sra. Virginia Derticia Del Valle Arancibia, le suena? Bueno, a mí me sonaron todos los teléfonos patricios de esta nación. Una mujer emblemática, benefactora hasta empalagar al más probado de los filántropos. Mire, estamos en tiempos de locura, pero la locura la controlamos nosotros. Y sabe qué González, esta es una locura que no controlamos y eso no podemos permitir. Entiende lo que está en juego?

-....................- Claro que entendía, a pesar suyo.

- Lo único que nos falta es una organización de cuentapropistas. Usted va a disponer de todos los recursos para saber quien de los nuestros se está haciendo el vivo, si ese es el caso. O quienes son los descolgados que nos están provocando. Me va a pedir directamente lo que necesite y decirme inmediatamente quienes no colaboran...

-....................- Hubiera deseado saliva para tragar.

- Vaya y trabaje...Ah, González...acá está el segundo comunicado, a ver si le inspira algo...vaya y suerte.

Capítulo VIII. En Primera Persona 2.


Estoy tan vivo. En el estado trascendental tan buscado. Minga de templos y enseñanzas. La vida inmediata del cazador en celo. Por fin el encuentro con la divinidad y sus atributos: yo mismo. Saborear por propios, la omnipotencia, la libertad...el momento.

Salí a disfrutrar el orgasmo orinado que me acompaña desde hace ocho días. A regodearme en sus miserias, en su cotidiano inexistente existir. A pavonearme con mi inmortalidad recientemente adquirida. Con la mirada neutra y el alma expandida, lejos del cuerpo pesado que me porta. Pleno, natural y armado. El primer sobresalto, una tentación pequeña, puesta para mí por algún diablillo mediocre. Un uniformado en verde y oro. Después de años fuera del paisaje urbano, asomaban tímidamente, seguramente con la excusa del paso hacia alguna ceremonia, a las siete de la tarde. Charlaba animadamente con un civil consentidor que supuse lo adornaba con baboseadas sobre el valor y la patria. No le hice tiempo a la duda y sí a una sonrisa cercana al ridículo. Para nada el objetivo. Otra hubiera sido si supiera que además de milico era ganadero, pero no era el caso detenerse a especular en eso.

Diez minutos, siete cuadras, y los dioses me premiaron el ascetismo y la contención. Detenida en el semáforo, una de las pocas convenciones que todavía los detienen. En temible alta gama, ocupada y ausente. Soy tan feliz, acto y resultado a un tiempo. Salida de un archivo aristocrático, la sofisticada abuela casi me sonríe cuando le metí un balazo en el ojo...

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Capítulo IX. La locura y el Amor.


Cuando las razones de la razón no alcanzaban. Esa razón pequeña de las propias circunstancias, en la que confiamos sólo por atribuirle pertenencia. Entonces buscaba refugio en los planos superiores, los del alma. Nada tan conmovedor y patético como un negador arrodillado. Que no es el fariseo, el hipócrita habitual de las repeticiones y las formas. El negador es un hombre de fe, aunque lo niegue, claro.

Se imponía hablarle a Dios y en el defecto, a sus Ángeles. A los gritos, llorando, que los sacaran del cuerpo pesado de hombre. Esa cárcel autosuficiente que nos piensa, nos siente y nos mueve con el fin mezquino de sus intereses. Vivía atento a los signos y los mensajes que delataran la presencia y la acción de otros planos. Que lo estaban mirando, que tenía sentido y que había un plan. A veces la atención, dirigida a esa búsqueda, se cruzaba, fortuita?, con un hecho, palabra u objeto de su personal arsenal místico. Lo agradecía fervientemente, le aliviaba la batalla interior. Paz en el campo a los demonios de buena voluntad.

Así se le cruzó el amor. No el amor sobreactuado, básicamente desconocido, de las poesías y novelas o el de las epopeyas trascendentales. Sino su versión más pedestre y accesible, la del enamoramiento. Fue en un taller de periodismo, de los tantos que hacía y en distintos rubros, para alivianarse confusiones. Ningún registro entre ellos que desestimara la posibilidad. Sobre todo porque no existía la tal posibilidad. Eran dos mundos incompatibles, por franja etaria, por lugares sociales relativos, por intereses, por presentes y futuros. Apenas la mirada y el saludo.

Lo enamoró su deseo, verbalizado y sostenido, de cruzarse en su carrera con la exclusiva imposible, la del estrellato. Se imagino proveedor. No de bienes materiales, en eso era probado fracaso. Pero podía regalarle su sueño hecho realidad. Una ofrenda de las que no tienen precio, un verdadero acto de amor. Había encontrado su Dulcinea, la más grande de las razones para un Quijote.

El curso terminó si pena ni gloria, como siempre, pero para completarse en su propio sueño, le quedó un nombre y un teléfono.


Capítulo X. Compromiso con el sueño.


Susana tenía la noticia y los adjetivos para calificarla: grande, espectacular, desmedida...hasta el agotamiento. Tenía los dedos amarillo y la boca y garganta, hartas de tabaco. Sin ideas o saturada de ellas, en efecto lo mismo. Al financista Blanco, partícipe necesario de dos décadas de apropiaciones indebidas de los bienes públicos, no lo había alcanzado la fatalidad de la violencia urbana en ocasión de un robo...lo habían matado. Le correspondía el "Comunicado nº 1". A la septuagenaria Sra. Del Valle Arancibia, abanderada del asistencialismo oligárquico, lavadora de culpas no admitidas, no la había ejecutado un joven impaciente por la falta de ingesta de sustancias prohibidas por la autoridad sanitaria...la habían matado. Su obituario, el "Comunicado nº 2".

Las conjeturas desbordadas neutralizarían la oportunidad. Debía ser profesional, acotar el contenido para sí, ganar en simplicidad y contundencia, sin abrirlo a las cuestiones que vendrían y para las que no tenía respuesta. El primer paso, apenas el primero, desgarrador hasta la entrepierna. Tendría que hablar en privado con su jefe, nada de pasillo. Con palabras sensatas, sin murmullos o gestos redundantes. Y sobre todo comprar sin retaceos para vender. Se pondría en vidriera como objeto, necesitada de permisos, vulnerable...

- Está bien...-dijo el Gordo desprolijo, con una naturalidad y seguridad inesperadas.

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- Armate un esquema de trabajo, un listado de contactos necesarios, amigos y hostiles...conseguite un reemplazo para tu mesa. Para esto soy tu terapeuta y confesor, lo que cuadre. No pensés en voz alta, y si te excede el entusiasmo lo escribís y lo rompés. Inventate una nota como excusa de trabajo, ni tan ingeuna ni tan lúcida.

Escuchaba agradecida y profesional ese trato cálido y distante entre profesionales.

- Esto es grande. Cagate de miedo ahora porque después no va a haber tiempo. Antes de irme me das lo que te pido...

Estaba en el nirvana del momento, lo que estaba pasando, sin los intermediarios del recuerdo: la imaginación y los juicios.

- Pensá en un domicilio alternativo, algo nuevo hasta para los familiares. Sabés lo que es un control?...

Representaciones absurdas de posibles respuestas la inundaron hasta la sonrisa.

- ...Alguien a quien llamás en uno o dos horarios fijos por día, vamos viendo. Si no llamás, ese alguien me llama a mí y yo hago un escándalo que si termina en falsa alarma nos arruina, entendés?

- Sí, sí...de a ratos...

- Susana...tuviste olfato, te felicito. Pero escuchá bien: en este país debe haber cincuenta personas de lo peor que saben de esto y no lo dijeron. Los peores se cuidan como los mejores, en ello les va la vida. Entre los primeros cinco contactos que hagás seguro que embocás a uno y ese te emboca a vos...chau piba...

La imagen de cotidiano abandono que tenía de su jefe, se fue para siempre de los ojos de Susana y se llenó de respeto.

Capítulo XI. Recursos Humanos.

Ahora me vienen a buscar?. La cara del puto de González cuando me vio la cara. Estos no saben de la fiesta interior de la cocaína. Se detienen en el umbral de las revelaciones, como buenos cobardes. La piel y la mirada embrutecen pero el cerebro destella genialidades. No se necesita nada y a nadie. Y cuando decae, cuando asoma la duda o el dolor, la más mínima de las incomodidades...entonces otra raya y ya está. Otra vez completo...Así será el paquete para que me vengan a buscar. A mí, un innombrable. El verdugo ejecutor de sus más sucias fantasías. Capaz de disolver en lamentos terribles los cuerpos tiernos de los jóvenes descarriados de la patria. Esos pendejos vanidosos de mierda...ay, como quisiera volver a torturarlos y matarlos de nuevo. Mil veces hasta el aburrimiento...Me dejó plata el mariconazo. Desde cuándo maneja plata este "escritorio"?. Debe ser una historia de todos contra todos. Y una desesperada en busca de árbitro. Por eso necesitan de alguien que les meta miedo. Un hijo de puta supremo capaz de contenerlos...Tengo tantas ideas refinadas para lastimar los cuerpos. Nuevamente martirizar ideales, un regalo del cielo, su instrumento... O no, es otra cosa, un asunto de mierda entre ellos...A los puros la paliza se les metió en las venas y no salen de abajo de las polleras de las viejas del pañuelo...El mensajero casi no podía hablar, pero había un tono propio, como si esto de buscarme fuera cosa de él. Se fue todo al carajo, dónde se ha visto un oficinista dirigiendo?...Pero me ponen en circulación y esta oportunidad no la van a olvidar. Tengo cuentas y cuentas por cobrar. Ahora se más de caretas y dobleces. Es una lista enorme de soretes propios y ajenos. Cualquiera sea la excusa del convite les voy a pasar a cobrar....Estoy en operaciones, soy el jefe, otra vez el capitán y ahora...ahora otra raya y ya está.

Capítulo XII. La cloaca interior.

Así que no lo iban a ayudar?. Por mariconazo, por oficinista, por poca cosa. Inteligencia de ejército, con la cara de culo del Coronel Galíndez, le hizo saber que lo único que podía interesarles, era tirarle mierda al cadáver del financista Blanco. Por lo demás la ley de seguridad vigente y de la que eran tan respetuosos, los inhibía de inteligencia interior. Que si a la Patria le había nacido un comando forúnculo que esta vez la salve "magoya". La verdad es que no les daba la cabeza, porque si hubieran sabido algo no dudarían en negociarlo por presupuesto.

Al "Hermoso Brummel" de la inteligencia naval, Capitán de Fragata Witte, lo pudo escuchar con intermitencias. Los pocos momentos en que pudo abandonar la ensoñación de estar en sus brazos. Tenían claro que el asesintao de Blanco era un golpe al arma, por tanto la muerte de la benefactora aristocrática no encajaba, y los comunicados que conectaban los hechos, menos...Entonces? Entonces el asesinato de Blanco era un golpe al arma.

El Comodoro Carranza estaba casi feliz, aunque de ideas ninguna. Para la más facha de las fuerzas, la posiblidad de un rebrote marxista en el seno de la sociedad desagradecida, era algo. Que si los necesitaban lo pusieran por escrito en una ley de seguridad interior como la gente. Que les pidieran disculpas públicas por acosarlos en su cruzada investigadora del semillero subversivo de maestros, periodistas y sindicateros...

Sólo la Secretaría de Desinteligencia y Desinformación le hizo llegar su aliento. El aliento fétido de Naldo Carmiña hablándole a su nariz. Estaba exaltado por el ascenso operacional de su amigo y ex amante. Gionzález prestigiaba la putañez de ambos. Hasta le hizo saber que si el destino lo hacía mártir, él lo recordaría emocionado y archivaría por un mes, el "compossé" amarillo de corbata y pañuelo...

Así que no lo iban a ayudar...

En ese ambiente, las mejores ideas son hijas del resentimiento. Convocaría a los muertos. Entre ellos uno tan temido e impresentable, que los dedos le desobedecían sobre el legajo grasiento. Lo había rescatado de la hoguera ordenada cuando la paliza en las Falkland era inminente. Y pensado para sí como un favor a cobrar, un seguro de vida sin saber exactamente cómo habría de instrumentarse. La carpeta del Capitán Rosendo Benítez Ayala, eran dos hojas insípidas con los datos sociales de la vida anodina de un oficial cualquiera. Sólo los iniciados sabían del monstruo que habitaba en ellas.

Gonzáles tuvo que hacerse el guapo para encontrarlo y más guapo para tocarle la puerta. No lo decepcionó. La mirada enrojecida, la nariz empolvada y moquienta, los pantalones meados. Ese era el hombre en que descansaría el respeto hacia su persona. Alguien tan olvidado de sí, que de los otros ni hablar. Una herramienta de poder perfecta.


Capítulo XII. Para decirse nada.

González tuvo que aceptar despacho propio. Eligió los colaboradores entre los "ningunos" y "ningunas" de sus alrededores. Se garantizaba una lealtad que no nacía de fríos esclafones sino de una empatía de clase. La clase de los "buenos para nada". Ningún trepador de oficio se acercaría a esa manada de destino incierto, o cierto, de fusible descartable. Para los involucrados representaba un lugar inesperado de resignificación en sus vidas, por transitorio que fuera. Responderían con trabajo y sincero agradecimiento.

Con el "Capitán de las Tinieblas" llegó a un acuerdo satisfactorio de necesidades propias, para ambos. Se pasearía ostensiblemente por el lugar, pateando sillas, empujando escritorios, intimidando a propios y ajenos, sin asunto. Con el único propósito de hacer saber que cualquier interferencia o incomodidad al grupo o la tarea, tendría en el desquiciado la respuesta. Fuera de eso, podría utilizar la chapa y el fierro, devueltos oficialmente, para lo que se le ocurriera o fueran sus propios intereses.

Una de sus "orejas" llegó con la nueva. Lo había contactado una periodista que relacionó los dos comunicados. Parecía joven e inexperta, haciendo sus primeros pininos, no estaba claro si por la propia o con algún soporte. De todos modos valía la pena prestarle atención, habría otros...González decidió atender esto personalmente. Le serviría para direccionar y ordenar el seguro quilombo que se desataría cuando fuera noticia...

La citó en horario desolado de la desolada Costanera Sur. La prestigiaría con escena de película de espías en la Guerra Fría. Caería con el aparato de camioneta polarizada y guaruras al pedo. Impresionarla lo suficiente como para calmarle la honestidad profesional a cambio de insuflarle el ego. Ganar su complicidad en la ardua empresa de proteger a la patria.

No se dijeron nada que ya no supieran por la propia. Ella se fue con el reconocimiento a su perspicacia y él con la sensación de no poder manipularla fácilmente...

Capítulo XIV. Un "no lugar" en la realidad.


Salía de su casa desesperanzado. Ganarse el pan cotidiano era la utopía de este tiempo. Así de bajo andaban los sueños de la especie. Hasta las cuentas mínimas de la supervivencia eran impagables. El afecto incondicional de su esposa joven y sus tres hijitos lo avergonzaban. Qué hacía para merecerlo?. A su historia de niño mimado llegó la pesadilla del desencanto, en carne propia el dolor intuido de los desposeídos, con el que tanto se llenara la boca.

Entre los amigos del privilegio, uno le había concedido un espacio oficinesco. Ramiro Ordoñez, así se llamaba su rico personal. Lo instaba a hacer negocios, a lograr el éxito. En realidad a la depredación, manipulación o explotación de semejantes, que esos eran los contenidos del camino sugerido. Pero nada de sueldo o trabajo formal que lo distrajera con comodidades. La verdad es que lo tenía como un trofeo a exhibir, un subversivo quebrado, un ejemplo a no seguir. En vez de su cabeza embalsamada tenía su cuerpo entero...

Su nueva actividad era un alto consuelo. Sin un peso pero digno. Con toda la rabia y las ganas por cortar otras ilusiones. Por devolver con zarpazos inexplicables lo que le venían haciendo. Salió a buscar en los barrios protegidos esa cuota de sosiego. Perdido en su omnipotencia humillada caminó Libertador desde el bajo a Palermo. A contramano para mirar de frente las corazas cilindradas de los enemigos. Y el enemigo se eligió saliendo de lujoso edificio...

Esta vez fueron dos balazos a un par de metros. Disparó dos veces más contra los gritos. Después corrió invisible para sí, como el viento. Un colectivo, y otro, y otro...hasta no reconocerse. Cuando pudo controlarse empezó a volver a casa. Un rictus de dolor le atravesó el alma, como las borracheras, esta dosis ya no hacía el mismo efecto. Cerró el círculo cotidiano agobiado, sin solución. Se dejó abrazar tembloroso, desesperanzado como al salir...pero había vuelto...

Capítulo XV. La Confusión.


El Comunicado nº 3 saltó a los diarios. Las organizaciones de derechos humanos enrojecieron los teléfonos negros del Ministerio y las mejillas curtidas de los funcionarios. Habían matado a un "líberal" del establishment. El Dr. Arturo Gambarri era un patricio rojillo. Patrocinador de varias causas humanitarias nacionales e internacionales. Interpelación al Ministro en el Congreso. Bramidos opositores contra cultura folcklórica nacional de las bandas armadas y los servicios. Nada para decir y por una vez, era cierto.

Aun así y en aras a "la razón de estado", los diarios grandes aguantaron los comunicados 1º y 2º por veinticuatro horas. Y lo hubieran hecho más si no fuera por la desconocida del Página. La desubicada y arribista se despachó con los hechos anteriores y mil preguntas de a millón cada una. Su investigación concentraba más datos que los conseguidos por el Ministerio a la misma gente. Todos los señores de la mesa nacional de la inteligencia artificiosa le habían abierto la boca.

Ahí estaban los chismes del Ejército y la Aviación contra la honestidad de Blanco. Los de la ofendida y golpeada Marina de la mano de Witte, haciéndose el simpático. Y la boleta número dos, de la benefactora aristocrática, desbaratando todas esas teorías. Tan trabajosamente imaginadas, y sostenidas, por años de pensar que la historia nacional dependía exclusiva y necesariamente de lo que cantaran sus genitales.

La número tres, era el caos. Quedaron como las bestias, que pueden ejercer su animalidad, pero no explicarla. El caos, tan próximo a sus naturalezas, pero totalmente ajeno a sus comprensiones.

Hasta el Naldo Carmiña, vaya a saber por qué retorcido mecanismo interior, le había hablado a la minita. Buchoneó que un tipo en Interior, nada de amigo, trabajaba en el caso y que respondía directamente a la Hiena. Que esto sugería recursos, pero del equipo operativo y sus avances, nada. Ya la lucha era en el barro y Susana Vicenti se ganó un legajo destacado en los escritorios "inteligentes" del país.

Así que esto era el éxito periodístico. No poder acercarse ingenuamente a un funcionario sin que a este se le pararan los pelos y erizara la piel. Los silencios amenazadores, las marchas y las puteadas en el contestador. La mirada condescendiente y envenenada de los periodistas veteranos que la felicitaban. Pero también pudo sentir, entre aquellos que la respetaron siempre, la alegría, las bendiciones, y en su forma consistente y tangible...el amor.

Al fin la confusión es un estado elevado, nos hace menos omnipotentes. Podía seguir con eso.

Capítulo XVI. El Capitán de las Tinieblas.


No era lo que había pensado, un clasico de las peleas entre ellos. Esto superaba sus expectativas. Si la cocaína le dejara mover las mandíbulas la carcajada interior sacudiría el barrio. Su jefe formal, el puto de González, punteaba bien los expedientes y ya estaría vivo que no existían profesionales atrás de esto. No había ruidos, ni presunción de aparato: coches, armas, inteligencia...ni siquiera que fueran varios. Y sí testigos inservibles a rolete. Corridas, alboroto, perplejidad...La carencia de datos tenían que ver con la suerte del principiante. Los verdaderos profesionales dejan el rastro de la ausencia de rastros.

Se cuidó de no decir nada, pero crecía en Benítez la sospecha que González pensaba los mismo. Y otra sospecha mayor, que los intereses de ambos en el caso, fueran paralelos. Por primera vez, en años de ostracismo vergonzante, se sintió acompañado, hasta la incomodidad que no le importara la putez del hombre. El recordarlo reprodujo la incomodidad, pero esta vez bastaba con transitar la línea blanca.

Un par de trajes, autos, plata, chapa y fierro. Iba a hacer que esto durara. Y le ganaba la risa en el alma. A la patria patricia le había nacido un anarquista posmoderno. Podía ser un grupo, pero deshechó la idea porque le menoscababa la felicidad. Era un resentido, un alma gemela de distinto signo. Lo que no podía imaginar era el color de la camiseta. Esto del abogado filo marxista era gratificante pero confundidor. Vaya a saber qué cuentas estaría cobrando ese loco infeliz. Lo que sí tenía bien claro eran las que él pasaría a cobrar...