La Novela Improbable. 

29.09.2022

I. De Manuel.


Era noche oscura, el viento soplaba con fuerza y crujían puertas y ventanas...una pavada. Como si los demonios que asustan estuvieran afuera. Cuánto se puede decir en cuatrocientas páginas que no puedan disparar un par de hojas. En sexto grado aprendí, me enseñó el Maestro Arena, cuál es el nudo de un problema. No son los datos circunstanciales de hechos y medidas, escenarios y coyunturales metereológicos, tampoco los personajes involucrados y menos la solución de futura e incierta realización...es el planteo.

Por eso no importa que se llamara Manuel, que pesara setenta kilos, que estuviera en los treinta y pico. Que viviera en casa chorizo descascarada, con un patio de malvones y yuyos varios, eternamente moribundos. Abandonado por socialmente impresentable, de modales hoscos e incidencia anodina, un combo insufrible de marginalidad visceral. Leído de mil materias y pocas conclusiones funcionales. Creador de fabulosas cosmogonías intransferibles, imposibles a las palabras. Un lumpen ilustrado, retorcido, perverso, condenado a ser él mismo sin solución de continuidad, desde alumbrar hasta la borrachera. Y exasperantemente irrelevante.

Pero empezó a despertar a la necesidad desconocida de estar con otros, de ser con otras, de comunicarse, de hablar y ser escuchado. De tener algún abrazo o dadas de mano. Estar en las fotos, en las conversaciones, presente o ausente. Que lo reconocieran por el nombre, por la forma de caminar y arrimarse. También de saber otros nombres y las personas que los portaban. De sus razonamientos, triviales o íntimos, de las contingencias de sus historias.

Sólo tendría que decidirse a involucrarse, a preguntar, a conocer los otros personajes que completaban el drama. Así apareció Rufina, desconocida de años, vecina. Comenzó por anoticiarse de la mirada torva que le dedicó desde siempre. La sospecha y el desprecio hacia su traza descuidada. La cantidad de juicios que acumuló por años de tenerlo cerca y no saber nada de él. Cuando la saludó por primera vez, la sorpresa y el desconcierto fue de ambos. No supieron como desarrollar razonablemente el inesperado contacto.

El balbuceo como respuesta tranquilizó a uno y otra, no obligaba a seguir el experimento. Nada se había tejido a futuro, apenas un paréntesis inesperado en la clara relación de recíproca ignorancia. Ningún compromiso a sostener en el porvenir y menos la proyección de algo que los tuviera con destinos irremediablemente entrelazados. Por ejemplo, el hecho que al final terminara matándola.

II. De Ramiro.


Para qué saber de la vida desperdiciada de Ramiro. De los talentos, esa voz afinada y de color inhaprensible de arco iris, de su cuerpo saludable y apto para lo que fuera en el campo de lo humano y posible. Sus saberes de lector, de estudiante eterno de la producción del pensamiento universal. De su meticulosa y trabajada elegancia, en vestirse, en caminar, en hablar. De su trato seductor pero no invasivo, que enamoraba a cualquier interlocutor, aún a los que terminaban odiándolo.

De qué vale, a los efectos del planteo, enterarse de los caminos desagradables de su degradación. Los pulsos tanáticos que lo llevaron a minusvalerse del miles de veces profetizado "destino brillante". Acaso sirva saber que llegaba con sesenta años, al tiempo este que importa, el de los referidos efectos. Un declive sostenido que ni siquiera pudiera explicarse con la ostentación de un presente andrajoso, como el de ese Manuel que vivía enfrente. Lo de Ramiro era la imagen intrascedente de un común, uno de tantos, razonablemente decente, razonablemente integrado, razonablemente normal, definitivamente mediocre...

Atendía el kiosco al que Rufina cruzaba varias veces al día para conectar con alguien. Vivían una relación de espera de nada, con mayor o menor ansiedad según les dejara el libre el tráfico personal de sus cotidianos. Pero sabían que se tenían, que una estaría tramitando la idea de ir a verlo y el otro la certeza de que la vería llegar. Que en algún momento intercambiarían trivialidades con una picardía incongruente con los temas. Sonrisas, muecas, balanceos, que corrían paralelos en compartida tensión sexual, no reconocida.

- Cómo está Ramiro...

- Quiere que le diga, sorprendido...ahora se saluda con el impresentable?

- Yo estoy tan sorprendida como Ud. y no fue saludo, apenas un reflejo.

- Y de qué tanto hablaron?.

- Pero Ramiro, Ud. lo vio, ya que ve todo...fue nada.

- Le abrió la puerta, acuérdese lo que le digo, se la va a seguir y vaya a saber a qué conduce...

- Pero no hombre, si quedó claro que era un contacto imposible...

- .........No sé, qué va a llevar?

- Eh, no sé, quería un alfajor pero se me fueron las ganas, tanto drama...

- Bueno, como Ud. diga, pero mire, se lo digo de corazón, se está buscando problemas y si ese tipo le hace algo, mire, si ese tipo le hace algo...

- Qué, si ese tipo me hace algo, qué...

- Si ese tipo le hace algo yo lo mato...