"...Pero un día la droga la hizo suya..."

06.03.2021

¨...pero un día la droga me hizo suya, y en vez de cargar nafta..." eché cocaína. Como la milonga que cantaba Rivero, ¨Packard¨, vió? y sustituyo la morfina, que acá y ahora, no se consigue. O se consigue menos y eso para una adicta que se precie es determinante.

Fui bella y lozana, carne de boliche fashion. Hija de funcionario menemista, abundancia, privilegio y falta de límites. Mi padre putañero y cornudo hasta el escándalo. A tal punto que cuando empecé mi propio emprendimiento de patinaje evité puntualmente las citas a ciegas por miedo reverencial a cruzármelo. Hasta los veinte años, chica yoghurt y deportista por influjo de los buenos colegios y las contenedoras compañías a pesar de mi entorno familiar, que hoy lo sé, fue siempre mezquino y rapaz.

Como cualquier opinólogo televisivo sabe, lo primero es el ¨faso¨. Pero lo que no todos saben es que a nosotras, las chicas, el ¨faso¨no nos mueve un pelo. Nos duerme. La encuesta es propia y admite refutaciones. Tendrá que ver con predisposiciones biológicas, vaya una a saber. A los machos les baja la adrenalina y la tensión que les es propia, los hace dulces y amorosos, de largo aliento en la cama. Para nosotras ¨la merca¨, a ellos los obnubila hasta la impotencia. A nosotras nos baja las defensas culturales y nos abre las piernas.

La Mesalina interior se despatarra, no pregunta cuántos son sino que vayan entrando. Con la nariz atiborrada me hice puta, para disponer de los pitos del planeta más que por plata. Y perseguí en bolas y desatada a cuánto ¨hombre de la bolsa¨se cruzara. No le hice asco a nada. LLegué a tener leche hasta las orejas, literalmente, y hasta a patinar en ella. Pero la orgía termina y aparecen las ojeras, la languidez y el desapego con las cosas de la vida, se pierde el impulso sexy de los primeros tiempos y la propia belleza.

La ecuación se invierte, ya no es cocaína para permitirse sexo desenfrenado sino sexo lastimero para tomar cocaína. El rechazo de los ¨dealers¨, hombres pequeños y miserables, es el primer síntoma doloroso. El definitivo es una mañana de persianas bajas, desnuda frente al espejo, con el morro tinto en sangre, meada encima y con la entrepierna pringosa.

Armé una familia hermosa con el amor que me quedaba y puedo contarla.